lunes, 30 de julio de 2007

Esfera/burbuja

Aparece un día una esfera de luz sobre un césped verdísimo. El contraste de sus brillos etéreos contra el verde más vivo te deslumbra, atrapa, subyuga. No te imaginas que pueda ser tuya y volteas a todos lados esperando ver aparecer a su creador, quien inopinadamente la habría dejado descansando ahí. No está por ningún lado. Concentras tu atención en la esfera. La belleza y la sobrenaturaleza que descubres te inquieta tanto que sientes que hay algo sutilmente amenazador en tus sensaciones, como si un equilibrio imperceptible pero vital estuviese a punto de romperse. Tratas de echarte a andar ignorando la imponente presencia de la esfera (que todo el tiempo ha estado cambiando mínimamente, hermosamente, como sincronizada a tus emociones, como intentando halarlas, alarlas hacia una aurora boreal que sólo con lo más fino de tu alma presientes) y no lo consigues. No mueves ni un músculo salvo los oculares, que usas para centrar tu fascinación. Un ruido te distrae, volteas momentáneamente a otro lado y eso basta para que ya no esté. Pasas varios días recordando con tristeza aquella bocanada de belleza. La emoción al principio intensa se diluye día a día dando su sitio a la nostalgia. Ya casi la olvidabas cuando se te presenta de nuevo, sin aviso, flotando cerca de ti mientras conduces rumbo a casa. La reconoces y reconoces cómo tu cuerpo empieza solito a orientarse con ella, hacia ella. Cómo tus cartílagos más finos se vuelven tentáculos flotantes bajo sus iridiscencias. Cómo tus arterias confunden el adentro y el afuera, la lluvia y la respiración se vuelven la misma cosa y tu piel se vuelve una pantalla de once dimensiones para reflejar esa luz quintaesencial. La duda sobre el sentido de venerarla se diluye al tiempo que crece como una sombra enorme la otra duda; la que quita fundamentos a la acción exterior. Descubres que la esfera es una burbuja en la que puedes penetrar, es un planeta gaseoso al que puedes caer infinitamente sin tocar fondo. No traspasas ninguna membrana pero hay un instante en el que ya no hay partícula de tu cuerpo que no esté hechizada. Lo que ves, sientes, hueles, palpas, oyes, pruebas forma un concierto que te desconcierta al robarte la voluntad. Para estar ahí adentro de cuerpo y alma se deben desordenar tu cuerpo y tu alma históricos. Otra distracción instantánea hace dispersarse la burbuja como diente de león soplado por una racha impetuosa. Estás de nuevo al volante, rumbo a casa, desordenado, queriendo saber si hay algo real en lo que acabas de vivir. Otra vez los días de un recuerdo al principio vívido e intenso que se diluye y transmuta en tristeza. Y la esfera o burbuja otra vez vuelve. El ciclo se incorpora al devenir con unafrecuencia impredecible (a pesar de los lunes). Hay conos, deslizamientos, topologías que inducen una inevitable cadencia, un desplazamiento. La emoción y sus intensidades crecen y cada vez tu cuerpo y el cuerpo mágico en el que entras se confunden un poco más. Cada vez la ruptura repetida y esperada del encanto causa un daño mayor, un temor más claro, un deseo de control que te desvíe del abismo que empiezas a distinguir detrás de las brumas esperanzadas. Cada vez formulas preguntas más agudas, que empiezan a dañar la frágil fuente de la esfera. Cada vez entrar es más incitante, adictivo y, por la repetición, se potencia la lucidez del dolor. El dolor es lo que está siempre en la capa más básica del corazón. La esfera no tiene fondo pero tiene pequeñas borrascas, grumos de tempestad. Y tiene voz. Y se queja de que no quieras quedarte. Pero no sabes si lo quieres. No es algo que se pueda formular en el idioma de las opciones racionales. Así, pasan días y días en los que finges no escuchar esa voz. En los que quisieras que la historia no avanzara. Que estuvieses por siempre en ese umbral mágico en el que descubriste que tus átomos podían resonar milimétrica y bellamente con los deslices coreográficos de la esfera. Quedarte flotando en el punto de no regreso, sin avanzar, sin retroceder, oliendo, sintiendo, escuchando, gustando, admirando esa piel otra en la que tu piel se fundía casi, ese remolino otro que ya casi eras tú. Pero las historias avanzan. Los filos profundizan su daño. Las fuentes de la belleza se van resintiendo por la recurrencia. Ayer saliste por lo que dijiste era la última vez. El recuerdo vívido se arremansa y se transforma en líquida melancolía. Despiertas de tus ensueños a cada rato imaginando que la esfera ha vuelto y ahora sí te quedarás en ella. No sabes, no puedes saber si lo harás. Te resistes a la cobardía. Te resistes a ladicotomía. Has elegido el orden anterior y no puedes justificarlo ante tu cuerpo. Sólo ante la línea narrativa de la que la esfera te apartaba. Sientes la luz a media noche. Un destello entra en tu cuarto desde un origen desconocido. Pálpitos que no sabes si están aquí adentro o allá afuera. Tu corazón es cuenco en el que se apesadumbra la duda.

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