sábado, 5 de febrero de 2011

Hasta que por fin

Sale a comprar el cielo una mañana.

Le devuelven tres céntimos apenas.

Bien doblado lo trae entre las cartas

que olvidó remitir y las naranjas.

El cielo que encontró tenía nubes,

Y hubo que desmigar pues los relámpagos

le dan un mal sabor a la comida

y hacen pelear hermanos contra hermanos.

Pone un fleco de cielo en cada viejo

candelabro o espejo. Esfuma el resto

en los umbrales y los pasadizos.

Pasa luego la noche muy atento

al ronquido de un mar entre la duela

sin saber si al final viene el silencio.